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Un viaje por sabores asiáticos desde un restó de La Lucila

Lardo & Rosemary fusiona el concepto de comida callejera y platos gourmet. Le sale muy bien.

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Las banquetas bajas y una mesa eterna de cemento, que se comparte con los otros comensales, son uno de los mensajes: acá se come rápido.

El otro es más indirecto y aparece tras un par de horas en Lardo & Rosemary: acá se come bien.

La idea de este restó de La Lucila, que tras desperezarse de la pandemia también sacudió su carta, es muy simple y muy rica.

Un viaje a la sabrosura de oriente y de la street food latinoamericana, con los platos como paradas breves y exquisitas: wonton (langostinos, panceta, sishuan y verdeo), risotto crispy (con bruselas, mascarpone y arvejas), aguachile (pesca con pickle de frutillas y habas) o bao (un bollo alucinante, con panceta y verdeo).

La travesía, con turnos que comienzan y terminan o’clock -a las 19:45 y a las 22:00,- se vuelve aún más interesante con un copón de cerveza tirada neipa Strange Brewing, una fábrica de Colegiales.

“Nos gustó el nombre porque lardo es un salame de cerdo y rosemary es romero, así que la pesadez de la carne y la frescura de una planta aromática nos parecía que combinaba bien con el concepto que queríamos implementar”, explica Pipe.

Pipe se inclina, para hablarnos, sobre las banquetas bajas que acompañan el mesón de concreto infinito, salpicado de plantas y luces tibias. “La arquitectura y hasta el nombre, parte en italiano y parte en inglés, buscan transmitir nuestra búsqueda de una gastronomía de contrastes pero simple.”

Siguen desfilando los gustos tan armónicamente que queremos continuar saltando de plato en plato, los más conocidos morcilla, tartar, molleja u hongos, hasta aterrizar en algo que sabe a arroz con leche pero que no se ve como este postre. Deconstruido en galleta, pannacota, vauquita casera y caramelo, es una reivención del tradicional dulce argentino con el que ponemos punto final a la excursión de esta noche.

Toda la vajilla metálica, que recuerda a los campamentos que hacíamos de niños, refuerza la vuelta de tuerca del lugar a la comida callejera latinoamericana y oriental.

Los cinco amigos “de toda la vida”, dueños del restaurante, coinciden en destacar que su propuesta quiere dar volumen, volver multidimensional, la gastronomía de Zona Norte.

Su oferta de vinos de baja intervención, que no han visto ni de lejos una barrica de roble francés y no saben a nada más que a la uva y al suelo y toda su complejidad, es un capítulo que degustaremos en otro momento pero que no queremos dejar de mencionar.

Leo Cabuli, Santiago Balliana, Hernán Blumenthal, Facundo Torres y Pipe Colloca querían un lugar de comida tan rápida como gourmet, y la pandemia los ordenó, convalidó y potenció.

Hoy los dos turnos funcionan muy aceitadamente y su público joven, venido sobre todo de Capital, abraza la propuesta que desde hace cuatro años funciona casi escondida en la Avenida Del Libertador.

Vale la pena detenerse dos horas en Lardo & Rosemary, para volar quizá sin saber a dónde, pero qué bien sabe!

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